Paseo Ahumada, pleno Santiago
Centro. ¿Quién no conoce ese mítico
lugar?, es parte de nuestro ADN
santiaguino, y solo basta hacer el ejercicio de sentarse a esperar a
alguien para dar cuenta de todo lo que
allí sucede.
Hace unos días pasé por ese
lugar, con cierto apuro como es propio de todos quienes hemos pasado por allí,
pero algo llamó mi atención. Es normal que frente a las grandes tiendas del
retail se instalen precarios puestos de venta, que se constituyen con tres
elementos: un vendedor, mercancía, un público. La mercancía siempre es variada, y
creo que se puede encontrar casi de todo sin tener que recorrer mucho.
Caminando por ahí encontré un
puesto, que no era nada más que algunos libros infantiles sobre una caja de
cartón que casi se desarmaba. Eran libros pequeños, de colores, con dibujitos,
y aparentemente había varias mujeres interesadas en los pequeños libros. La
verdad es que los miré sin mayor interés, solo me parecieron adorables por los colores
y porque imaginé que en unos años más, cuando mi sobrino creciera, estaría
comprando cosas así. Lo interesante
sucedió cuando estaba ya casi a alejándome de la vendedora, ahí recién me fijé
en su grito, era tan simple y complejo a la vez: “¡educación a luca!, ¡para sus
niños, solo a luca!”.
Es sabido por todos que parte de
la bandera de lucha de la educación en estos últimos años, es sacarla del
sistema de mercado, sacarla de la concepción de un bien de mercado transable
bajo cierto costo, y bajo esa mirada ya era raro escuchar que la educación
estaba literalmente a “luca”; pero más que eso, me llamó la atención el valor
que estaba detrás de esa “luca”, y que era el de involucrar a los papás en la
educación de sus hijos, en cuanto los libros eran para aprender a leer y
requerían de un adulto que guiara el aprendizaje. En base a eso pensé en lo
fácil que era involucrarse en la educación de un niño, y que no necesariamente
se requería costosos libros de lujosas editoriales, sino que con unos simples
mil pesos era posible involucrarse en algo esencial como aprender a leer, y que
por lo demás generaría un recuerdo impagable.
En la época en que yo estaba
aprendiendo a leer, recuerdo que mi mamá una tarde me hizo un papelógrafo con
letras y palabras, y cada noche las practicábamos. Creo que desde ahí que
siempre escuché a mi mamá que decía que no todo lo entregaba el colegio, y que
los papás tenían que hacerse cargo de apoyar a sus hijos. Creo que no podía
haber más certeza en sus palabras, y es que el colegio no solo debe ser un
lugar donde los niños asistan y los papas paguen, vayan a reuniones o a actos
de fin de año; es solo si los padres y las familias en general se
involucran que podemos transformar
nuestra enseñanza.
Todos alguna vez hemos hablado de las precariedades de la educación, pero siempre me he preguntado ¿qué hacemos realmente para que aquello cambie? , creo que finalmente la solución solo está a “a una luca” de distancia, si es que no a menos.
Todos alguna vez hemos hablado de las precariedades de la educación, pero siempre me he preguntado ¿qué hacemos realmente para que aquello cambie? , creo que finalmente la solución solo está a “a una luca” de distancia, si es que no a menos.
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